Boletín Nº 197 - mayo 2019
La ciencia busca diferencias entre
sexos y se topa con los prejuicios
Cada publicación sobre si hay o no variaciones importantes
en el cerebro de hombres y mujeres genera encendidas reacciones incluso entre la
comunidad científica. Muchos alertan de que el área avanza lastrada por sesgos
que inducen a ignorar las evidencias, a un mal diseño de los experimentos y a
Mónica G. Salomone
| | 01 junio 2019 08:00
La brecha entre quienes niegan grandes
variaciones cerebrales entre sexos y quienes, en cambio, las consideran
demostradas, sigue hoy día más abierta que nunca. Ilustración: Wearbeard / SINC
"Una vez asistí a un congreso sobre feministas en biología",
cuenta el biólogo evolutivo británico John
Maynard Smith a su colega Richard Dawkins. "Eran gente amable, no me agredieron".
La conversación tiene lugar hacia 1996. Maynard Smith, de
unos 76 años entonces, admite coincidir con dos de las principales ideas
feministas en ese encuentro: que "algo debe hacerse" contra la discriminación
de las científicas; y que, si entre los estudiosos del comportamiento animal
hubiera habido más mujeres, "habrían visto cosas distintas".
Ha pasado un
cuarto de siglo y los sesgos siguen centrando el debate en torno a si hay o no
diferencias en el comportamiento entre sexos -diferencias además de la
gestación, parto y lactancia-. La brecha entre quienes niegan grandes
variaciones cerebrales y quienes, en cambio, las consideran demostradas, sigue
hoy día más abierta que nunca, y para muchos la causa está en los profundos
prejuicios que lastran el área.
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La brecha entre
quienes niegan grandes variaciones cerebrales y quienes, en cambio, las
consideran demostradas, sigue hoy día más abierta que nunca
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La
discusión es acalorada y no solo entre el público, sino entre científicos con
el máximo pedigrí. La última muestra se vio hace unas semanas, en las
reacciones a la publicación del libro de Gina Rippon. Esta experta en neuroimagen cognitiva de la Universidad de Aston (Reino
Unido) afirma que se han buscado diferencias "vigorosamente a lo largo de los
años con todas las técnicas al alcance de la ciencia", sin que nada de lo
hallado pueda ser extrapolado al comportamiento ni servir de base a las
históricas y actuales desigualdades sociales entre sexos.
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Rippon se suma así a una reciente oleada
de autoras, como Cordelia Fine, psicóloga y catedrática de historia de la ciencia en la Universidad de
Melbourne (Australia) y madre del término neurosexismo,
y la periodista Ángela Saini, que denuncian que los prejuicios sobre las diferencias entre hombres y mujeres
condicionan estudios que acaban mostrando solo lo que se quiere ver.
Como resultado se genera "neurobasura"
-dice Rippon- que refuerza estereotipos que ya se han demostrado falsos, como que
ellos destacan en matemáticas y ellas en comunicación verbal, o que ellos son
más promiscuos y tienen más tendencia al liderazgo.
Un debate fiero
Para los autores de esos estudios el sesgo está en negar las
evidencias que ellos aportan. Larry Cahill, neurocientífico de la
Universidad de California (EE UU), afirmaba en 2015 en la prestigiosa revista Neuron: "La cuestión de la influencia del sexo en el
cerebro se está moviendo rápidamente hacia el primer plano, impulsada por los
abundantes resultados que demuestran que el sexo del individuo altera, e
incluso revierte, los hallazgos de la neurociencia".
Para Cahill está más que
demostrado que el sexo de la persona influye marcadamente en la función
cerebral. También para Simon Baron-Cohen
(Universidad de Cambridge) y Ruben Gur (Universidad de Pensilvania), que aseguran poder
demostrar que los hombres son "sistematizadores" y
las mujeres "empáticas" (Baron-Cohen);
y que las conexiones cerebrales en ambos sexos son distintas para garantizar su
"complementariedad" (Gur).
Las réplicas y contrarréplicas que generan en las propias
revistas científicas los trabajos de estos investigadores, y los de quienes
restan peso a las diferencias, son de una fiereza inusual. En una
publicación, Cahill, sintiéndose llamado neurosexista, se refiere a Fine, Rippon
y otras investigadoras como "mujeres académicas", sin más; en otra, Baron-Cohen critica el
"determinismo social extremo" de Fine, basado "más en la política que en la
ciencia".
No ayuda a la calma, probablemente, que el estudio de las
bases biológicas del comportamiento humano -desde la neurociencia u otros
ámbitos, como la biología evolutiva- haya servido de base históricamente a
injusticias contra las mujeres e incluso, ya en el siglo XXI, para explicar
la violencia sexual en términos que fácilmente pueden interpretarse como una
justificación.
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El biólogo evolutivo Randy Thornhill postuló que todos los hombres sienten la pulsión
de violar y que las mujeres deben tenerlo en cuenta al decidir cómo
vestirse
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El biólogo evolutivo Randy Thornhill
postuló en su Historia Natural de la
Violación (2000, The MIT Press)
que todos los hombres, por una mera cuestión evolutiva, sienten la pulsión de
violar -esta teoría, decía Thornhill, ayudaba a las
mujeres a decidir cómo vestirse, pues las hacía conscientes de que
"su blusa ajustada puede ser interpretada como una invitación al sexo"-.
Pero incluso admitiendo que la historia del área encienda
los ánimos, ¿por qué ni una mejor tecnología, ni más datos, ni el sistema de peer review
zanjan la polémica sobre las diferencias entre sexos?
El sexo es especial
Sucede que el sexo "es especial", afirma Melissa Hines,
psicóloga experta en neuroendocrinología de la Universidad de Cambridge y
autora de Brain Gender,
publicado en 2005 y obra de referencia indiscutida para ambos bandos. "Los
individuos tienen sus propias perspectivas y opiniones sobre las diferencias de
sexos, estén o no estudiándolas científicamente. Esto no suele ocurrir en
física nuclear o en lingüística".
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"Todo el mundo está
interesado en las diferencias entre sexos y tiene prejuicios cognitivos
que, aunque inconscientes, ejercen una influencia poderosa", dice Hines
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"Todo el mundo está interesado en las diferencias entre sexos
y tiene prejuicios cognitivos al respecto que, aunque inconscientes, ejercen
una influencia poderosa sobre la percepción", dice Hines.
Ella no habla de neurosexismo, pero coincide en que
se tiende a "sobreenfatizar los hallazgos de la
neurociencia excluyendo los factores sociales".
Denunciar
sesgos en el área no es nuevo ni exclusivo de la neurociencia. En aquel
encuentro sobre feminismo y evolución de 1994 con el que comienza este
reportaje hubo abundantes ejemplos de comportamiento animal que contradecían
uno de los paradigmas más sólidos de la biología evolutiva.
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Las hembras generan menos óvulos (muy grandes) que los
machos espermatozoides (muy pequeños). La reproducción es más costosa para
ellas que para ellos. Según las ideas aceptadas, eso hace que ellos sean
promiscuos y compitan entre sí para acceder a las hembras, mientras ellas, que
se juegan más, son selectivas y monógamas.
Sin embargo, los muchos ejemplos discordantes en la
naturaleza estaban a la vista -señalaron las ponentes en el congreso feminista-
y habían sido básicamente ignorados.
El propio Maynard-Smith reconoció entonces -según la crónica del New York
Times- sentirse "molesto" consigo mismo porque "simplemente nunca se me
había ocurrido" dudar del saber establecido.
"¿Cómo nadie lo vio antes?"
La organizadora de ese encuentro, la bióloga evolutiva Patricia Adair Gowaty, de la Universidad de California en Los Ángeles,
sí cuestionó el paradigma, y en 2012 halló -y publicó
en PNAS- que el principal experimento en que se sustenta, un estudio con
moscas de la fruta realizado en 1948 por el británico Angus Bateman, era irreproducible.
Tenía graves fallos de diseño que invalidaban los
resultados, "y a día de hoy me persigue la pregunta de cómo nadie los vio
antes, por qué pasó tanto tiempo antes de que alguien intentara replicar
exactamente el experimento, dado su impacto", dice Gowaty
a Sinc.
El Times recogió
en 1994 esta cita suya: "Decir ‘bióloga evolutiva feminista’ tiene connotaciones
peyorativas; se podría pensar que hago ciencia por política, en lugar de por la
ciencia misma. Yo creo que ser consciente de mis sesgos me hace mejor
científica".
Hoy dice Gowaty: "Muchas cosas
han cambiado desde ese encuentro, pero algunas parece que no cambian nunca".
Alude a la fuerte reacción que provocó su demostración de que Bateman basó sus conclusiones en datos erróneos, un caso
claro, en su opinión, de "tenacidad de la teoría", esto es, de "adhesión
persistente a una teoría a pesar de las evidencias contrarias".
También
de esencialismo biológico, "la idea de que hay diferencias
determinantes, necesarias, intrínsecas, fundamentales entre entidades, como
machos y hembras".
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"Decir ‘bióloga evolutiva feminista’ tiene
connotaciones peyorativas; se podría pensar que hago ciencia por
política, en lugar de por la ciencia misma", dijo Gotawy
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El esencialismo funciona como "un potente y a menudo
inconsciente marco conceptual para los biólogos evolucionistas", dice Gowaty, una "trampa filosófica que impide pensar en
hipótesis alternativas" e incita a diseñar experimentos que confirmen las
propias creencias, el llamado sesgo de confirmación. Esta forma de hacer
ciencia "viola el método hipotético deductivo (...)".
Lo cierto es que en la publicación seminal de Bateman
(Heredity, 1948) se explicita como objetivo el
explicar "por qué es una ley general que el macho está ansioso por cualquier
hembra, sin discriminación, mientras que la hembra escoge al macho".
Recetas antiesencialismo
También en la investigación de las diferencias psicológicas
entre sexos se han abordado los sesgos. Una obra de 1974, The Psychology of
Sex Differences, ya señala "muchos problemas que
persisten hoy", escribe Hines. Como la "tendencia a
publicar estudios que encuentran diferencias, pero no trabajos similares que no
las muestran"; las "distorsiones de la percepción" -ignorar evidencias
contrarias al estereotipo-; u obviar que el contexto influye en el resultado
-niños y niñas pueden mostrar diferencias en una situación y no en otra-.
Hines insiste en un concepto a menudo ignorado en los
mensajes al público: "La mayoría de diferencias comportamentales entre sexos son de grado, no de naturaleza".
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"La mayoría de
diferencias comportamentales entre sexos son de grado, no de naturaleza",
afirma Hines
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Salvo la identidad de género y la orientación sexual -la mayoría de las
mujeres se sienten atraídas por hombres y una mayoría de los hombres por
mujeres-, en los demás rasgos la diferencia es mucho menor que la media de
altura entre sexos. Así, si la diferencia en la media de altura vale 2, la
diferencia en habilidad para visualizar rotaciones de objetos en 3D vale 0,9.
Y es el rasgo cognitivo o comportamental que muestra más diferencias. En
otras palabras, el grupo de hombres y el de mujeres se solapan casi en su
totalidad.
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Para Hines, que los investigadores
sean o no conscientes de sus propios sesgos depende en gran parte de su
formación al margen de su propia especialidad. Fines y Rippon
dan más recomendaciones, sobre todo para quienes trabajan con neuroimagen. En un artículo de 2014 recuerdan que "el género es una
categoría fuertemente esencializada" y que "también
los neurocientíficos son público no experto en lo
referido al estudio del género y son susceptibles de caer en el pensamiento
esencialista".
¿Mejores enfermeras, mejores científicos?
De hecho, la investigación actual con neuroimagen
parece asumir -advierten- "que la visión esencialista de los sexos es correcta"
al dar por demostrado -erróneamente- que el cableado cerebral es claramente
distinto entre hombres y mujeres.
Para estas autoras, los investigadores deberían recordar que
los datos muestran en general mucho más solapamiento entre sexos que rasgos
diferenciales; y que lo habitual es que cada individuo sea un mosaico de rasgos
-anatómicos, psicológicos- catalogados como típicamente femeninos o masculinos.
Cabe
resaltar que Cahill, por ejemplo, admite explícitamente su rechazo a la hipótesis de un
cerebro sin diferencias funcionales
entre hombres y mujeres: "La evolución ha producido cerebros de mamífero con
similitudes y diferencias biológicas (...). Insistir en que de alguna forma,
mágicamente, la evolución no produjo influencias biológicas de todo tipo y
clase basadas en el sexo en el cerebro humano, o que esas influencias no
produjeron apenas efectos en la función cerebral -comportamiento- equivale a
negar que la evolución se aplica al cerebro humano".
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Según estas autoras, lo habitual es que
cada individuo sea un mosaico de rasgos catalogados como típicamente
femeninos o masculinos
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Baron-Cohen, por su parte, va innegablemente
mucho más allá de lo que dicen sus propios datos al afirmar en su libro La gran diferencia que las personas
"con cerebro femenino son mejores profesores de primaria, enfermeros,
cuidadores, terapeutas, trabajadores sociales y asistentes", mientras que
aquellas con cerebro masculino son mejores "científicos, ingenieros, mecánicos,
banqueros, programadores e incluso abogados".
Gowaty tiene una cita favorita del físico Richard P. Feynman referida a la ciencia: "El primer principio es que no
debes engañarte a ti mismo y tú eres la persona más fácil de engañar". Pues
eso.
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Diferencias en el comportamiento
El estudio de las diferencias entre sexos puede
abordarse desde la vía de entrada -los genes, el cerebro- y la de salida
-el comportamiento-. En esta última, uno de los trabajos más citados es el
de la psicóloga Janet Hyde (University of Wisconsin-Madison), que tras una revisión
de 46 metaanálisis de estudios sobre diferencias
psicológicas entre géneros concluyó que en el 78 % de las variables las
diferencias tenían valor próximo a 0. En 48% de ellas el valor estaba entre
0,11 y 0,35. Como referencia, el valor asignado a la diferencia entre la
altura media de mujeres y hombres es 2.
Es decir, entre hombres y mujeres hay diferencias nulas
o triviales en la gran mayoría de rasgos
psicológicos medidos hasta ahora. No solo en desempeño matemático y
habilidades verbales, sino también en aspectos de la personalidad como
gregarismo, escrupulosidad, agresividad relacional -la que busca dañar las
relaciones del agredido y que el estereotipo asocia a una supuesta astucia femenina- o estilos comunicativos
-más impositivos o asertivos-.
Ni siquiera en cuestiones como la sensibilidad -considerada típicamente femenina- o el liderazgo -masculino- hay una
frontera: "Aunque los estereotipos mantienen que hay grandes diferencias de
género en emociones como el miedo y el orgullo, los datos, en niños y en
adultos, indican que las diferencias de género en experiencias emocionales
son pequeñas o, en muchos casos, triviales", escribe
Hyde.
Basándose en estos datos, Hyde postuló en 2005 la teoría
de las similitudes de género, que no descarta posibles diferencias, pero
defiende que mujeres y hombres "son similares en la mayoría de las
variables psicológicas". Estudios posteriores de otros autores han seguido
encontrando datos a favor de este modelo.
Sin embargo, los estereotipos perviven, y los expertos
los asocian a desigualdades sociales. Muchas más mujeres abandonan la
carrera científica cuando son madres. Muchas menos mujeres acceden a
puestos de poder (en ciencia y en general). En las universidades españolas
el número de mujeres matriculadas en informática o ciencias de la
computación sigue bajando: de 30 % en 1985-87, a 12 % en 2016-17. A
finales de 2018 el físico Alessandro Strumia dijo en el CERN que las mujeres tenían menos aptitudes para la física.
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Diferencias en el cerebro
La búsqueda de diferencias anatómicas en el cerebro de
hombres y mujeres tiene una larga historia. En general hay consenso en que
existen diferencias, aunque no del calibre de las que se observan, por
ejemplo, en los genitales masculinos y femeninos. No hay consenso, en
cambio, en la valoración de si realmente son significativas estas
diferencias, ni mucho menos en la interpretación de su función.
Entre los trabajos más recientes y más discutidos están
los de Simon Baron-Cohen,
que parte del hecho de que el autismo se da sobre todo en hombres para
concluir que, según sus datos, "la mujer típica es de media más empática y el hombre típico, de
media, más sistematizador
[definiendo esto como "el impulso de analizar o construir un sistema basado
en reglas"].
Otro trabajo reciente es Madhura Ingalhalikar, que asegura que "los
cerebros de los hombres están estructurados para facilitar la conectividad
entre percepción y acción coordinada", y los de las mujeres "están
diseñados para facilitar la comunicación entre modos analítico e intuitivo"
-explicar qué significa eso requeriría otro artículo-.
Muy distintos son los resultados de Daphna Joel, de la Universidad de Tel Aviv, que, tras un análisis de
varias regiones cerebrales, concluye que no existen
cerebros masculinos y femeninos sino cerebros "mosaico", mezcla de
rasgos anatómicos asociados a cada género. "Los humanos no tenemos cerebros
con rasgos "típicamente femeninos" o "típicamente masculinos"", escribía
Joel en un reciente artículo con Cordelia
Fine en The New York Times.
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Zona geográfica:
España
Fuente:SINC
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