Boletín
Nº 194 - febrero 2019
Día Internacional de la Mujer y la
Niña en la Ciencia: ¿dónde nace la vocación?
Un libro, un docente del secundario, la madre de una amiga,
las fuertes migrañas del padre o hasta el huerto familiar inspiraron a investigadoras
del Instituto Leloir a superar barreras y volcarse a esta actividad.
Vanesa Gottifredi,
Mariela Trinchero, María Eugenia Acuña Intrieri,
Sofía Polcowñuk, María Cecilia Costigliolo
Rojas, Andrea Sabina Llera, Laura Morelli, María
Laura Cerutti y Fernanda Ceriani.
Una encuesta nacional, respondida años atrás por 816
investigadores de la Argentina y publicada en la revista Public
Understanding of Science,
reveló que los docentes y la lectura de libros son los principales impulsores
de la vocación científica. Éstas, pero también otras razones diversas,
encendieron la "llama" de varias investigadoras en la Fundación Instituto
Leloir (FIL), quienes cuentan su historia en el marco del Día Internacional de
la Mujer y la Niña en la Ciencia: una fecha que la Asamblea General de las
Naciones Unidas estableció para promover su acceso y participación plena y
equitativa en este campo.
La bioquímica y farmacéutica Andrea Llera, investigadora del
CONICET y directora de la unidad "Genocan" (genómica
en cáncer) del Laboratorio de Terapia Molecular y Celular de la FIL, evoca que
su vocación científica más definida apareció alrededor de los 12 años, cuando
se empezó a hacer preguntas que define como "filosóficas". "Me interesaba todo
lo que tenía que ver con cómo pensamos y cómo sentimos. Me acuerdo de que, en
esa época, me compré un libro de la revista Scientific
American con un compilado de artículos sobre neurociencias que me resultó muy
difícil. Pero lo leía y lo volvía a leer para ver si entendía mejor", dice.
En su reconstrucción, la doctora de la UBA añade otra figura
que le sirvió de inspiración: la mamá de su mejor amiga del colegio, una
investigadora en farmacología del CONICET. "Me fascinaba su aura de mujer
inteligente y sensata", evoca.
Las migrañas intensas y cotidianas de su papá dispararon las
inquietudes científicas de la bioquímica Mariela Trinchero, una becaria
posdoctoral de la FIL que investiga la generación de nuevas neuronas en el
envejecimiento. "Siempre me llamó la atención que le hicieran tantos estudios y
que nunca pudieran descifrar por qué le ocurrían ni cómo tratarlas. Me di
cuenta de que el cerebro era una estructura compleja y fascinante. Y que, hasta
que no lográramos entender cómo funciona, no íbamos a poder curar las
enfermedades que lo afectan", cuenta.
Algunos regalos de los padres pueden ser decisivos. María
Eugenia Acuña Intrieri, una biotecnóloga
de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) cuyo doctorado se centra en
optimizar procesos para la producción de medicamentos biológicos, resalta el
microscopio que le trajo un día su mamá, médica. "Me fascinó", subraya. Y añade
que también la entusiasmaron las prácticas de laboratorio en el secundario.
La bióloga y doctora en bioquímica María Laura Cerutti, investigadora del CONICET en la FIL que aborda la
producción de proteínas de interés para terapias de salud humana o veterinaria,
dice que en su casa las conversaciones relativas a las ciencias duras eran
habituales: su papá era ingeniero y su mamá, docente de física y matemática.
Pero recuerda en particular el día en que su padre volvió del trabajo con un
gran juego de química y un microscopio. "Visto a la distancia, creo que eso
terminó de trazar tanto mi destino como el de mi hermana (también científica)",
asegura.
Los docentes fueron especialmente claves en los casos de las
doctoras Laura Morelli, María Fernanda Ceriani, Giovanna Gallo y de la genetista Cecilia Costigliolo Rojas. "Me gustaba leer y estudiar. Pero
también tuve en la escuela secundaria una excelente profesora de química que me
incentivó a seguir bioquímica. Me aburrían los trabajos rutinarios y me
estimulaba formar parte de proyectos desafiantes e interdisciplinarios",
comenta Morelli, integrante del Laboratorio de Amiloidosis y Neurodegeneración
en la FIL, investigadora del CONICET y directora del Programa de Medicina Traslacional para Innovaciones en Investigación,
Diagnóstico y Tratamiento de la Enfermedad de Alzheimer.
"Me enamoré de la biología durante la escuela secundaria...
particularmente cuando una increíble (apasionada y severa) docente de biología
nos acercó (bah, obligó a leer) un libro que describía lo que se sabía hasta
ese momento sobre las células. Toparme con ese nivel de complejidad en ‘algo’
invisible a mis ojos me deslumbró", cuenta Ceriani,
jefa del Laboratorio de Genética del Comportamiento en la Fundación Instituto
Leloir, investigadora principal del CONICET y ganadora del Premio Nacional L’Oréal-Unesco Por la Mujer en la Ciencia 2011. Y continúa:
"También me marcaron otros ‘descubrimientos’ (para mí) como las leyes básicas
de la herencia o cómo funciona nuestro sistema inmune....eso
definió qué carrera seguir y aún la orientación (biología molecular). Lo más
maravilloso es que después de 25 años de profesión y muchas tesis dirigidas, me
siguen emocionando los resultados inesperados e incomprensibles (en un
principio)".
Gallo, por su parte, señala que siempre se interesó en el
funcionamiento del cuerpo humano y en las razones por las cuales una persona se
enferma y recupera su salud. "Pero fue en el colegio secundario, con una
profesora de biología que me transmitió toda su pasión por esa ciencia, cuando
entendí que también era la mía", recuerda la bióloga molecular graduada en la
Universidad Nacional de San Luis y doctorada en la UBA, quien ahora investiga
la relación entre las fallas en el plegamiento de las proteínas y ciertas
enfermedades congénitas.
En tanto, Costigliolo Rojas, una
becaria posdoctoral de la FIL que estudia cómo las plantas se ajustan a
diferentes condiciones de luz y de temperatura, reconoce la influencia de
profesores del secundario y de la universidad (en Misiones) "que demostraban un
enorme entusiasmo por la ciencia y la investigación".
En el caso de la bióloga Cecilia Borassi,
quien realiza su doctorado en la FIL estudiando los mecanismos de vegetales
para absorber nutrientes, a su curiosidad natural se le sumó un "laboratorio"
familiar propicio: la huerta de sus abuelos. "Disfrutaba de ver todo el proceso
desde que plantábamos las semillas hasta que se originaba la planta adulta",
destaca. Y agrega que también la inspiró una profesora de biología "genial, que
demostraba pasión por lo que hacía y nos hacía investigar sobre los temas que
daba".
A Lila Ramis, veterinaria graduada
en la UBA, el amor por los animales la llevó a la ciencia. "Muchas de las
enfermedades zoonóticas no poseen vacunas, y encontré
la oportunidad de aportar desde otro lado una posible solución", afirma la
becaria doctoral, quien ahora investiga mecanismos moleculares de la bacteria
de la brucelosis.
Los padres de Sofía Polcowñuk se
conocieron mientras estudiaban biología, pero por la necesidad de trabajar no
pudieron completar la carrera. Lo que sí hicieron fue transmitirle la pasión
por la naturaleza, evoca la bióloga egresada en la Universidad Nacional del Comahue y futura doctora que investiga en la FIL los ritmos
circadianos en la mosca de la fruta. "Mi casa siempre estaba llena de revistas
de plantas, insectos y biología marina, como las de Jacques Cousteau,
¡yo siempre las leía y me encantaban!", cuenta. El ejemplo de un tío, biólogo
especializado en ecología, también potenció su inclinación.
"Transcurrí mi niñez en contacto con científicos y me gustó
la idea de trabajar de `descubridora´, que era mi mejor definición de esa
profesión que parecía divertida y poco monótona", aporta por su parte la
doctora Vanesa Gottifredi, jefa del Laboratorio de
Ciclo Celular y Estabilidad Genómica de la FIL, investigadora del CONICET y
ganadora de varios premios. Los años trascurridos desde entonces no apagaron
aquel entusiasmo inicial. "Lo que me fascina de ser científica es que estoy
convencida de que mi granito de arena va a ser parte de algún cimiento o de
alguna viga en la construcción de la humanidad", sostiene.
El
amor por la ciencia ha sido en todas ellas más fuerte que las dificultades. De
acuerdo con un reciente informe del Instituto de Estadística de la UNESCO las
mujeres constituyen solo un 28% de los investigadores a nivel mundial, pero
representan sólo el 3 por ciento de los ganadores del premio Nobel. "Si bien
este es un camino sembrado con rosas espinosas, la gratificación de trabajar
para lograr una mejora o alternativa en las terapias es inmensa", reflexiona Cerutti.