Boletín
Nº 189 - agosto 2018
Del tabaquismo al cambio climático
La historia desnuda y escandalosa
de los que niegan la evidencia científica
Según las últimas
encuestas, el 36% de los estadounidenses niega que la acción humana sea la
causa del calentamiento global, una base suficiente para que el presidente
Donald Trump se sienta animado a romper los pactos de
lucha contra el cambio climático. Mercaderes de la duda se remonta a los
ardides empleados en refutar el efecto cancerígeno del tabaco, matriz de todas
las campañas de desinformación posteriores.
Pablo
Francescutti | | 16 agosto 2018 08:00
Trump hablando el 7 de febrero de 2015 en la Conservative Political Action Conference, en Maryland
(EE UU) / Wikipedia
El esfuerzo contra el calentamiento
global atraviesa una fase crítica y en buena medida se debe a la negativa
de Washington y un sector de la sociedad estadounidense a participar del
combate. Pese a la incesante acumulación de datos y confirmaciones empíricas
del trastorno climático y su origen humano, en esa nación los escépticos se
mantienen incólumes. ¿Cómo es posible?
Naomi Oreskes y Erik Conway ofrecen en Mercaderes
de la duda una respuesta centrada en el desmontaje de las campañas de desinformación impulsadas
por intereses creados y un puñado de científicos conservadores. Para ello,
los dos historiadores de la ciencia —una adscrita a la Universidad de Harvard y
el otro al Jet Propulsion Lab
de la NASA— se remontan a su origen: la ‘ruta
del tabaco’, es decir, las tácticas aplicadas por las tabacaleras para negar el poder
cancerígeno del cigarrillo.
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"La duda es
nuestro producto", admitía la industria del tabaco en un memorándum
interno
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En los
años 50 y 60, sus maniobras allanaron el camino a los posteriores negacionistas. ¿En qué consistían? Por un lado, se
investían de autoridad reclutando expertos afines y creando centros de
‘investigación’; por el otro, explotaban las incertidumbres ("La duda es nuestro producto",
admitían en un memorándum interno). En pocas palabras: si los hechos eran
imposibles de obviar, los tachaban de insuficientes y exigían más estudios.
Con esas tretas dilatorias impedían la regulación de su negocio y ganaban
tiempo para seguir fomentando el tabaquismo.
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La
agitación sistemática de las dudas les permitía abusar de una práctica
rutinaria del periodismo estadounidense: la cobertura equilibrada de
las polémicas. Nacida para garantizar el acceso mediático a las partes de
un debate político, esa pauta fue distorsionada por las tabacaleras, que así
lograron que The New York Times o
el respetado Edward Murrow otorgaran a sus posturas
marginales el mismo rango que al consenso científico mayoritario. Se transmitía
de ese modo a la opinión pública la engañosa impresión de que los expertos se
hallaban seriamente divididos.
Dudas
torticeras
Que sus ardides hicieron escuela quedó claro cuando el rearme impulsado
por Ronald Reagan chocó con la hipótesis del invierno nuclear
ideada por Carl Sagan y otros expertos. El
lúgubre escenario contradecía la propaganda oficial, empeñada en minimizar el
impacto de una guerra atómica. Para refutarlo se creó el Instituto George C.
Marshall y se introdujo en la panoplia persuasiva una nueva arma: acusar a Sagan y sus colegas de hacerle el juego a la Unión
Soviética.
Ese modus
operandi se repitió en las sucesivas controversias. En la batalla por el
humo de segundo mano, las tabacaleras encargaron al Center for Indoor Air Research y revistas ‘académicas’ como Tobacco
& Health negar el perjuicio causado al fumador
pasivo.
Con
motivo de la lluvia ácida, las eléctricas se movilizaron para
desvincular sus emisiones de la muerte de los bosques. Cuando saltó la alarma
por el agujero de ozono, los fabricantes de aerosoles pugnaron
por absolver a los CFCs de su responsabilidad en el
trastorno. Posteriormente, se intentó rehabilitar al DDT a base de demonizar
a Rachel Carson, quien alertara de los nocivos efectos ambientales del
insecticida.
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Las
tabacaleras encargaron al Center for Indoor Air Research y
revistas ‘académicas’ negar el daño al fumador pasivo
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Actualmente, las petroleras y
la minería del carbón financian think
tankscomo
el Cato Institute y otros agentes dedicados a difamar
al IPPC (el panel de expertos de las Naciones Unidas que coordina los
consensos científicos sobre el cambio climático) y culpar del fenómeno al sol,
las variaciones naturales, los rayos cósmicos, o directamente sostener que no
hay tal calentamiento.
Expertos
que se repiten
Muchos de
los científicos que se prestaban a esas operaciones de relaciones públicas
compartían un perfil similar: ultraliberales
y anticomunistas, creían que las críticas al armamento nuclear, al
tabaquismo y a los gases contaminantes respondían a una agenda oculta de
izquierda encaminada a implantar el intervencionismo estatal en todos los
ámbitos.
Financiados
por las industrias afectadas y amplificados por medios conservadores como The Wall Street Journal
o Forbes, en sus filas destacaban los físicos Fred Seitz, Fred Singer y Bill Nierenberg.
Asociados durante la Guerra Fría al complejo militar-industrial, pasaron de
negar el invierno nuclear a refutar las secuelas perniciosas del humo de
segunda mano y, finalmente, el origen antrópico del calentamiento global.
Cuesta no
escandalizarse con la lectura de esta obra, que ha sido llevada al cine; cuesta
no deprimirse al ver cómo ejecutivos mendaces, ayudados por investigadores y
políticos venales o ideológicamente ofuscados, recurrieron a toda suerte de
artimañas para combatir los hechos que no les convenían; y cómo sus falacias, a
falta de una respuesta contundente de parte del periodismo y de la comunidad
científica, terminaron calando en un segmento significativo de la opinión
pública.
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de datos
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Científicos
conservadores pasaron de negar el invierno nuclear a refutar las secuelas
del tabaco y, finalmente, el origen antrópico del calentamiento global
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Con
todo, el balance no es descorazonador; pese a las patrañas, el tabaquismo fue
reglamentado; los CFCs, prohibidos; el armamentismo
nuclear, frenado; la lluvia ácida se redujo y el DDT no se ha vuelto a usar;
aunque en lo relativo a las emisiones causantes del cambio climático el
desenlace sigue en el aire. De ahí la actualidad de este trabajo que desmonta
la refinada sofística concebida para desacreditar los hallazgos que chocan
con intereses poderosos, a la vez que nos recuerda cómo funciona el método
científico, la provisionalidad de sus resultados, y los recaudos
que deben tener los periodistas si no quieren ser manipulados por los mercaderes
de la duda.
Por esto
último nos parece pertinente concluir con un párrafo extraído del libro
reseñado:
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La ciencia
no proporciona certidumbre. Solo proporciona pruebas. Solo proporciona el
consenso de los expertos, basada en la acumulación organizada y el examen de
las pruebas. Oír a ‘ambas partes’ de una controversia tiene sentido cuando se
debaten políticas en un sistema con dos partidos, pero cuando ese marco se
aplica a la ciencia hay un problema (...) la investigación produce pruebas que
pueden aclarar puntualmente la cuestión (...) A partir de ese punto, ya no hay
‘partes’. Hay simplemente conocimiento científico aceptado.
Periodistas
y lectores, tomemos nota.
Ficha técnica
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Título: Mercaderes de la duda:
cómo un puñado de científicos ocultaron la verdad sobre el calentamiento
global
Autores: Naomi Oreskes y Erik M. Conway
Editorial: Capitán Swing
Lugar y fecha de publicación: Madrid,
2018
Páginas: 472
Traducción: José Manuel Álvarez-Florez
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Zona geográfica: España
Fuente:SINC
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