Boletín Nº 175 - Mayo 2017
De los encuentros con
neandertales a la dieta
El
‘cóctel’ que activa nuestras defensas
La eficacia del sistema inmunitario
depende de una combinación de genética, ambiente y una parte de azar. Estudios
recientes han demostrado también cómo la evolución -incluidos nuestros
encuentros con neandertales- ha perfilado las diferencias entre las defensas de
europeos y africanos. Ahora la ciencia se centra en mejorar su funcionamiento y
en dilucidar por qué aumentan las alergias.
Jesús Méndez | 24 mayo 2017 08:00
Nuestro sistema inmunitario se parece a un ejército con células y señales
en permanente lucha contra lo invisible. / Fotolia
La imagen inmediata
que ofrecen nuestras defensas es la de un ejército: unas tropas sin claros
capitanes ni generales, pero sí con células y señales en permanente lucha
contra lo invisible. Y en medio de esa disputa surgen varias cuestiones sobre
lo que le da la fuerza a esta milicia. Si la genética no lo es todo, ¿qué
podemos hacer?
No es extraño hablar
de la heredabilidad del cáncer, o de la
predisposición genética y familiar a sufrir un infarto. Sin embargo, rara es la
vez en que maldecimos o damos las gracias a los genes de nuestras defensas.
"Quizás porque es más difícil
estudiarlos", afirma a Sinc Moisés Labrador,
especialista en inmunología y alergología en el Hospital Vall
d´Hebron de Barcelona. Salvo en casos graves de
inmunodeficiencias, es mucho más complicado y difuso definir un buen o mal
sistema inmunitario que la presencia o ausencia de un tumor.
Pero los genes importan. Dos artículos muy
similares y publicados simultáneamente en la revista Cell
permitieron comparar la fuerza de las defensas y su genética entre dos grupos
de poblaciones: una de descendencia europea y otra africana. Las conclusiones
oscilan entre la lógica evolutiva y la sorpresa un tanto inesperada
La influencia del ADN neandertal
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Es mucho más complicado y difuso
definir un buen o mal sistema inmunitario que la presencia o ausencia de un
tumor
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En uno de ellos, el equipo de Luis Barreiro, investigador en
la Universidad de Montreal (Canadá), aisló macrófagos de la sangre de 95
europeos y 80 afroamericanos y los expuso a dos tipos de bacterias. Los
macrófagos son una primera línea de defensa, es decir los encargados de captar
y "comerse" a las bacterias. Su funcionamiento es una prueba de cómo funciona
la llamada inmunidad innata.
Cuando analizaron su actividad se llevaron una
primera sorpresa: pasadas 24 horas, los macrófagos de los africanos habían
acabado con tres veces más bacterias de lo que habían conseguido los de los
europeos.
Para explicar esta diferencia, los científicos
analizaron la secuencia del ADN y la expresión de los genes de las dos
poblaciones, antes y después de la infección, y revelaron que la genética
parecía explicar al menos el 30% de las diferencias en su actividad. Esto
significa que la evolución reciente, la que tuvo lugar desde que los primeros
africanos llegaron a Europa, ha modelado de forma paciente y sustancial la
manera en que nuestro cuerpo se defiende.
La evolución reciente ha modelado de forma paciente y sustancial la
manera en que nuestro cuerpo se defiende
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Pero a los investigadores les asombró un dato
más. Algunas de las variantes parecen no ser consecuencia directa del azar de
las mutaciones y su selección, sino que provienen directamente de ADN
neandertal, del cruzamiento sexual y genético que los europeos (y no los
africanos) tuvimos con ellos hace entre 50.000 y 100.000 años. Es el mismo
encuentro que nos legó un
virus y un cáncer.
Las variantes candidatas más potentes afectan a unos 16 genes, algunos de
ellos de importancia conocida y fundamental.
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Así se
adaptan las defensas
"El sistema
inmunitario de los afroamericanos responde de forma diferente, pero no podemos concluir
que sea mejor", sostiene a Sinc Barreiro. "Una
respuesta inmunitaria potente también tiene efectos negativos, como una mayor
susceptibilidad a enfermedades autoinmunes", añade. De hecho, esa podría ser
una explicación de por qué algunas de estas, como el lupus, son más frecuentes
en los afroamericanos.
Aunque aún no puede ser demostrada, la
hipótesis de Barreiro sobre la razón de los cambios es que cuando los primeros
humanos modernos salieron de África se encontraron expuestos a menos
microorganismos. Como las defensas no necesitaban ser tan potentes se adaptaron
para suavizarse, y así disminuyeron los problemas derivados de una respuesta
potente, como los de las enfermedades autoinmunes.
Para Lluis Quintana-Murci, director del Instituto Pasteur en París y jefe del
grupo que ha publicado otro artículo similar en la revista Cell,
"atenuar la respuesta immunitaria ha sido algo muy importante
durante la evolución". Se trata de buscar "el compromiso entre responder bien,
pero sin exagerar", recalca.
En vez de macrófagos, para el otro estudio se
usaron monocitos, un tipo de célula similar de la que aquellos se derivan,
que se expusieron a virus como los de la gripe, además de a componentes
bacterianos. Los resultados, en esencia, fueron similares. Cientos de genes
se expresaban de forma diferente entre europeos y africanos, y los cambios en
la secuencia genética explicaban buena parte de esas diferencias.
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"Una respuesta inmunitaria potente
también tiene efectos negativos, como una mayor susceptibilidad a
enfermedades autoinmunes", dice Luis Barreiro
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Además, volvieron a encontrarse
con que algunos de ellos provenían de los neandertales. "Es difícil saber si
están en nosotros por selección natural o por deriva genética (y se mantienen
sin ninguna función especial)", asegura Quintana-Murci.
Pero, por los números, algunos tienen muchos visos de haber sido seleccionados.
"Nosotros nos fijamos especialmente en uno de ellos, el más evidente, que
regula la respuesta a virus como los de la gripe", completa el genetista.
Así, si nos centramos en
diferentes poblaciones, nuestros sistemas inmunitarios parecen claramente
diferentes. Dentro de una misma población, "hay estudios que indican la
importancia de ciertas variantes", -indica Moisés Labrador-, pero aún no se
dispone de una huella genética, una firma que permita discernir la mayor o
menor eficacia o precisión de nuestras defensas. Lo que sí se sabe es que eso
también depende en parte del ambiente y un poco del azar.
La
"lotería" de los anticuerpos
Los macrófagos y
monocitos participan en la inmunidad innata, esa con la que ya nacemos y que,
de una manera un poco imprecisa, se dirige a dianas más o menos comunes en los
microorganismos. Los anticuerpos son, sin embargo, uno de los distintivos de la
inmunidad adquirida, que debe ser desarrollada y entrenada, y se dirige con
mucha más precisión y eficacia a las características de cada patógeno
particular.
Para ello, se dispone de un arsenal de más de
cien millones de anticuerpos diferentes, cada uno específico para una molécula
que encuentre en el exterior. Si van contra algo interior se destruyen en su
mayoría en los primeros meses de vida. Son como una llave buscando su única
cerradura. Pero los anticuerpos se fabrican a partir de los genes, y no tenemos
tantos como para generar toda esa diversidad. Este descubrimiento le valió el Premio
Nobel al japonés Susumu Tonegawa en 1987.
"Todos disponemos de anticuerpos contra las enfermedades más
frecuentes, pero hay diferencias individuales", señala Moisés Labrador
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Básicamente es una mezcla de cortar, pegar,
entrelazar y mutar fragmentos de ADN. Cada uno de los genes que componen los
anticuerpos tiene diversas variantes, una a continuación de otra. Cuando se
forma un anticuerpo se "escoge" una variante de cada gen, lo que multiplica
las posibilidades. Además, una maquinaria se encarga de introducir mutaciones
al azar, para así aumentar el abanico. La consecuencia es que cada uno de
nosotros dispone de un amplio repertorio, con muchas combinaciones comunes,
pero también con particularidades.
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"Es indudable que hay
una parte de azar", asegura Labrador. "Esa es la manera en que la especie se protege.
En general, todos disponemos de anticuerpos contra las enfermedades más
frecuentes, pero hay diferencias individuales que permitirían a algunos
sobrevivir si se produjera una epidemia nueva", señala el especialista del
Hospital Vall d´Hebron de
Barcelona.
Las
reacciones alérgicas buscan la expulsión de tóxicos o parásitos mediante
secreciones, estornudos, tos, y lagrimeo. / Tina
Franklin
Del zumo de naranja a la higiene
Además de la genética
y el azar, el entorno también cuenta. "Nosotros investigamos la importancia de
la genética en la immunidad, pero estamos ahora
estudiando la de otros factores en nuestras respuestas immunitarias
como la edad, el tipo de vida, la nutrición, etc.", afirma Quintana-Murci.
Como ocurre con otras
cosas, "la inmunidad funciona en una interacción de la genética con el
entorno", asegura Labrador. Existen algunas formas, aunque modestas, de
mejorarla recurriendo a la nutrición, a los probióticos
y a otros hábitos diarios.
"La vitamina C parece
mejorar muy ligeramente el estado del sistema inmunitario, aunque no está
completamente demostrado. Lo haría por ser antioxidante y porque ayuda a
absorber nutrientes esenciales como el hierro", subraya Moisés Labrador.
En realidad, "prácticamente ningún alimento
aislado ha demostrado ser eficaz y debería recomendarse de forma general",
continúa Labrador. De hecho, una revisión de estudios encontró que la toma continuada no prevenía los
resfriados, pero sí aliviaba ligeramente los síntomas y su duración.
"Lo que sí se ha demostrado más eficaz es
seguir una dieta completa, como la mediterránea, con cantidades adecuadas de
vitaminas, minerales, grasas adecuadas y proteínas de alto valor biológico",
asegura el inmunólogo.
En cuanto al uso de probióticos
(bacterias teóricamente beneficiosas) para mejorar el sistema inmunitario,
hay muchos estudios preliminares, aunque todavía ninguno en concreto ha sido
aprobado oficialmente como medicamento. Hasta ahora, se venden como
suplementos o complementos alimenticios, con algunas indicaciones más sólidas
que otras.
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"Lo que sí se ha demostrado más
eficaz es seguir una dieta completa, como la mediterránea", añade
Labrador
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Entre ellas, "la más clara
para determinados probióticos es el tratamiento de la
diarrea aguda, sobre todo la de origen vírico", afirma a Sinc
Francisco Guarner, jefe de sección de Aparato
Digestivo en el Hospital Vall d’Hebron
y presidente de la Sociedad
Española de Probióticos y Prebióticos. "Lo que se ha visto sobre nuestras
bacterias es que lo más beneficioso es tener diversidad", sostiene Labrador,
para quien, una vez más, esto se consigue en gran parte con una dieta sana,
como la mediterránea.
Otros factores, como
el sueño y el deporte, también parecen beneficiosos. "Nada es blanco o negro,
estamos hablando de pequeños ajustes, pero tanto el ejercicio como el sueño
profundo contribuyen a reducir el estrés y actúan como mecanismos
antioxidantes, mejorando el estado general de la respuesta", afirma Labrador.
A esto se añade la
hipótesis de la higiene, una teoría cada vez más probada de que ambientes demasiado asépticos
entorpecen la educación de nuestras defensas. "Uno de los mejores consejos que
creo que se puede dar para tener un buen sistema inmunitario es dejar que los
niños sean niños", dice Labrador.
Al permitir que
jueguen y se ensucien en un entorno lo más natural posible consiguen ponerse en
contacto con microorganismos con los que tradicionalmente los humanos nos hemos
relacionado. "Básicamente, nuestro sistema inmunitario tiene tres tipos de
respuestas. Cuando nacemos predomina la de tipo 2, pero necesitamos el contacto
con el exterior para mitigarla y a la vez ampliar el abanico". La de tipo 2 es
precisamente la relacionada con las alergias, cada vez más frecuentes.
¿Por qué
aumentan las alergias?
"Las respuestas en las
que se basan las alergias son las que nos permitieron explorar y colonizar el
mundo", afirma Labrador, ya que se dirigen especialmente contra "picaduras de
insectos, mordeduras de serpientes, tóxicos o parásitos". De hecho, las
reacciones alérgicas buscan la expulsión de todos ellos, ya sea mediante
secreciones, estornudos, tos, y lagrimeo, entre otros. El problema viene cuando
ya no son tan necesarias, y sobre todo se producen en respuesta a causas
"equivocadas".
En el caso de las alergias conocemos variantes
genéticas que predisponen", afirma el especialista del Vall
d’Hebron. Sin embargo, tampoco se dispone de un
retrato genético preciso. Lo que sí parece claro es que su frecuencia ha ido
aumentando en las últimas décadas, al menos en los países enriquecidos.
Sobre las alergias no se dispone de un retrato genético preciso. Lo que
sí parece claro es que su frecuencia ha ido aumentando en las últimas décadas
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La causa parece estar de nuevo en la hipótesis de la higiene. La falta
de contacto con los microorganismos que nos solían rodear deja a las defensas
en "modo 2", en un tipo de alerta particular y excesiva. ‘Educar’ a las
defensas dejando que desde la infancia nos pongamos en contacto con
microorganismos sigue siendo la mejor opción.
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"Pero también pueden hacerse
políticas de salud pública", añade Labrador. La alergia a ciertos tipos de
polen es una de las más extendidas, y la causa no es solo individual. "Los
humos de los motores diésel están multiplicando la capacidad alergénica de los
pólenes", recalca el investigador. Según los expertos, aunque existen diversos
factores, uno de ellos se explica porque en las plantas aumentan las proteínas
de estrés, lo que los hace más agresivos.
En definitiva, genética,
azar y entorno forman un ‘cóctel’ único en cada persona donde todo es nuevo y
viejo bajo el sol.
Zona geográfica: España
Fuente: SINC
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